A 73 AÑOS DE SU MUERTE
Evita: la luz del pasado que deja sombras en el presente

Entre el amor incondicional que despertó en los más pobres y el odio feroz que provocó en las capas más altas de la sociedad, Eva Perón fue —y sigue siendo— la mujer más importante de la historia argentina, incluso hoy, cuando se cumplen 73 años de su muerte.
Su vida fue un resplandor: una luz intensa, súbita y breve. Murió a los 33, consumida por un cáncer de útero que hizo metástasis muy rápido. Apenas ocupó seis años el centro de la vida política, sin haber ejercido nunca un cargo formal. Pero su fuego visceral y su fanatismo por la justicia social —frente a tanta injusticia distributiva— abrieron dos cauces opuestos sobre su existencia: la devoción fervorosa de los sectores populares y el rechazo violento de los encumbrados y poderosos, que llegaron a pintar paredes con una leyenda nefasta, inhumana, miserable: "Viva el cáncer"
Los que la amaban la veían casi como una santa, un hada protectora, una revolucionaria. Una mujer que conocía desde la infancia la miseria, las humillaciones y las privaciones de los pobres.
Los que la odiaban, al contrario, la juzgaban ambiciosa, aventurera, resentida, falsa, egoísta, rencorosa.
Una voz infatigable
Evita —María Eva Duarte, nacida en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, el 7 de mayo de 1919, no reconocida al principio por su padre— encarnó la voz y el reclamo del subsuelo y el fondo de la patria: los humildes, los descamisados, los grasitas, los cabecitas negras.
Después de ser una de las artífices de la revolución del 17 de octubre de 1945, vivió con una pasión tan fuerte que ardió en ella misma.
Su lenguaje fue simple, directo, crudo, descarnado y por lo tanto inaceptable. La acusaron de melodramática —no le perdonaban su rol en la política siendo mujer y actriz— pero ella decía a los gritos todo lo que pensaba. Y cuando la acusaron de fanática, ella reivindicó ese fanatismo porque estaba “hecho de amor” y “no de odio”.
El 17 de octubre de 1951, en un acto por el Día de la Lealtad, quedaron expuestos la fragilidad de su salud y un destino inevitable: la protectora estaba enferma y condenada a la muerte. Ese día, su discurso fue una despedida anticipada, que cerró con aquel abrazo íntimo y conmovedor con su esposo Juan Domingo Perón, eternizado en una foto icónica.
Su voz algo rota en los altavoces devolvía frases encendidas, o incendiarias, a una plaza desbordada que la aclamaba una y otra vez: “Si este pueblo me pidiese la vida, se la daría cantando... porque la felicidad de un solo descamisado vale más que mi vida. Yo les pido hoy, compañeros, una sola cosa: que juremos todos públicamente defender a Perón y luchar por él hasta la muerte”. Con esas palabras dejaba selladas su entrega y su lealtad. También una despedida anticipada.
A las 20:25 del 26 de julio de 1952, Eva Perón cerró sus ojos en la residencia presidencial de la calle Austria, en Buenos Aires, devastada por la enfermedad. Aquel resplandor que fue su vida se apagó para siempre.
Un resplandor que también fue señal, emoción y amor hecho de fuego.
Un resplandor que todavía ilumina a los que quieren verlo.
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Fanatismo antes, fanatismo ahora
Más de siete décadas después de la muerte de Evita, el fanatismo mutó, cambió: ya no es una entrega jugada a una causa colectiva, sino un grito rencoroso que defiende una épica individualista.
Durante años, las derechas en todo el mundo despreciaron —y combatieron— los espíritus rebeldes e incendiarios como los de Eva Duarte de Perón, a los que calificaban como peligrosos, irracionales y populistas. Pero ahora los reivindica en las banderas de una supuesta libertad construida sobre la base del odio, el resentimiento, el miedo y la violencia. Y más que nada en la injusticia distributiva.
Aquella energía transformadora que defendía derechos, ahora los desarticula. Los fanatismos actuales tampoco tienen arraigo en actos masivos frente a un líder popular. Al contrario, circulan mucho mejor por las redes sociales, multiplicados en likes, tuits y memes que ayudan a construir nuevas formas de obediencia digital. Más sutiles, tal vez, pero sin dudas más eficaces.