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Lugares y personajes

Bernardino, historia viviente de Villa Elena

El propietario del hotel que lleva el nombre del lugar evoca otros tiempos.
viernes 27 de mayo de 2016
Bernardino, historia viviente de Villa Elena

“Yo no me rendía nunca”, dice Bernardino Devia mientras juega con los dedos de sus manos. Esta sentado a la mesa de su hotel “Villa Elena” cuyos muros, techos y pisos, él mismo ayudó a levantar o colocar. A poca distancia hay una estufa a leña, que Bernardino cada tanto alimenta con troncos o azuza el fuego con un hierro, que cuelga de una clavo.

Cada vez que evoca el día que colocaron los pisos del hotel, repite: “yo no me rendía nunca”, a pesar que el dolor de la espalda lo mortificaba. Bernardino Devia va cumplir los 84 años y toda la vida vivió en su Villa Elena, un paraje de vegetación intensa ubicado a unos 20 kilómetros al sur de Villa de Merlo. Bernardino asegura que sus ancestros estaban ya en esa región desde hace más de dos siglos. Y en esas tierras dejaron sus huellas y la impronta familiar. La historia avala esas palabras.

Fue hijo único y nació en una humilde casa de paredes de adobe. Cuenta que desde pequeño tomó leche de chivas y que pocas veces estuvo enfermo. Desde la infancia supo lo que significaba el trabajo, un verbo que conjugó toda su vida. La prosperidad de cartón que acompañó siempre al país, lo obligó a tomar recaudos con la economía doméstica.

Desde esa infancia sufrida de vida rural, de días escasos en la escuela y días desbordantes de trabajo junto a sus padres, creció sin escatimar esfuerzos en las labores. Aprendió el oficio de albañil y también el de minero. Aún recuerda los mil ladrillos por día que colocaban para levantar los muros y los dolores físicos de un trabajo de tanta exigencia para el cuerpo. Pero Bernardino asegura que nunca se rendía.

Con el tiempo, el paraje de Villa Elena, donde la propiedad familiar era una posta a la cual llegaban los viajeros a caballos, fue mutando. De la vida rural a recibir turistas. Por eso, el actual hotel “Villa Elena”, antes fue una hostería. Pero antes fue una pensión. Y antes fue la posta. “Nos fuimos acomodando a los pedidos de los clientes”, asegura Bernardino.

En la mesa del comedor, mientras el fuego de la estufa a leña chisporrotea, Bernardino despliega algunos de sus elementos que guarda en el arcón arqueológico de la memoria del lugar. Piedras y objetos de los indios que ocupaban la tierra; fotos y textos de otro tiempo. De un tiempo diferente. Quizás más rústico. “Nos conocíamos todos”, dice don Devia.  

Bernardino parece conocer cada piedra, cada sendero y qué hay detrás de cada árbol. Se crió en ese paisaje. Por su hotel, han pasado pasajeros de todas partes del país y de múltiples lugares del mundo. Se ríe cuando recuerda a los chinos y los japoneses. En esas habitaciones también han descansado actores, escritores y hasta un presidente de la Nación.

Muros afuera del hotel, el viento empuja algunas hojas y el agua desciende por las acequias. Un poblador abrigado hasta los dientes abraza leña para llevar a su hogar. No se escucha otra cosa que no sea el rumor del agua. Si algún secreto esconde Villa Elena, seguro que Bernardino Devia lo conoce. Hijo único, padre de ocho hijos. Y una persona que nunca se rinde.

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