viernes 29 de marzo de 2024    | Cielo claro 23.6ºc | Merlo, San Luis

Coronavirus

Cómo conseguir que nos quedemos en casa en lugar de comprar más papel higiénico

Los especialistas en psicología social insisten en que el mensaje debe ser colectivo, para fomentar la solidaridad, y no individual, que ha demostrado ser menos efectivo
lunes 16 de marzo de 2020
Cómo conseguir que nos quedemos en casa en lugar de comprar más papel higiénico

Lavarte las manos protege a tu abuela. Salir de casa pone en peligro a los vulnerables. Ese es el tipo de mensaje que los especialistas creen que debe difundirse entre la población. Insistir en la obligación moral frente al resto de personas de nuestro entorno, de nuestras ciudades. Para “aplanar la curva” y no colapsar los servicios sanitarios, los mensajes centrados en la persona —"cuídate"— funcionan peor que los llamamientos a una realidad que se constata en cada emergencia: los humanos se desviven por los demás. En momentos de incertidumbre y temor, los humanos nos quedamos sin brújula social que guíe nuestros actos, por lo que el cerebro necesita que se le ayude a procesar lo que está haciendo. Un liderazgo claro, instrucciones precisas, llamadas a la acción colectiva, porque en comunidad nos sentimos mejor, y evitar todo lo posible el desasosiego y la duda, porque provocan los comportamientos peculiares que hemos visto estos días, como la compra compulsiva de papel higiénico. Y resaltar los comportamientos ejemplares, no los aparentemente irracionales, porque como seres empáticos y sociales tendemos a la imitación cuando no sabemos qué hacer.

El especialista Stephen Reicher ha escrito un artículo en la web de la Sociedad Británica de Psicología titulado: “¡No personalices, colectiviza!”, en el que detalla lo que se sabe que funciona en situaciones de emergencia, basado en años de estudios y experiencias reales. Es precisamente cuando las personas dejan de pensar en términos de “yo” y comienzan a pensar en términos de “nosotros”, explica, cuando comienzan a coordinarse, apoyarse mutuamente y asegurarse de que los más necesitados reciban la mayor ayuda. “A veces, este sentido de identidad compartida surge por el solo hecho de experimentar una amenaza común. Pero los mensajes también son importantes. Cuando una amenaza se enmarca en términos grupales en lugar de individuales, la respuesta pública es más sólida y más efectiva”, señala.

“La búsqueda del interés propio es ineficiente, socava la respuesta general a la crisis y muchos más morirán”, expone, mostrando numerosa evidencia basada en su propio trabajo y emergencias pasadas. Cuando se plantea como una opción personal, hay personas que pueden reaccionar pensando que están dispuestas a correr el riesgo. Si se produce un reproche social, se consiguen los cambios de comportamiento: es, por ejemplo, lo que ha sucedido con la conducción temeraria. Además, al sentirnos responsables de los demás actuamos con gran responsabilidad: está demostrado que cuando conducimos con menores en el coche lo hacemos de forma mucho más prudente. En este caso, aislarse y lavarse las manos debe plantearse como conducir en un coche con ancianos y enfermos: estamos al volante y ellos están en nuestras manos.

Durante los días 27 y 28 de febrero, cuando se activó el sentimiento de peligro e incertidumbre en nuestros cerebros, se realizó una encuesta entre los españoles: un 14% había comprado mascarillas y un 34% había decidido dejar de comprar productos chinos, decisiones completamente inútiles contra el brote, mientras que solo un 60% aseguraba haber reforzado su higiene, una pauta clave. “Se dan comportamientos erráticos, que no histéricos, porque no tenemos forma de saber comportarnos en una situación como esta”, afirma Armando Rodríguez, catedrático de psicología social de la Universidad de La Laguna. “En esos momentos necesitamos instrucciones precocinadas, muy claras, para ayudarnos a eliminar la incertidumbre; el cerebro humano no está preparado para superar la incertidumbre”, añade.

Cuando vemos a la gente correr con pánico, corremos con ellos: estamos diseñados para el contagio en situaciones de emergencia. Por eso, cuando no sabemos qué hacer y alguien reacciona acaparando papel higiénico, se produce un efecto de imitación inmediata. “Si nos muestran que esa es la vía de escape a la emergencia, y nos dicen que otros están acaparando esa vía de forma irracional y egoísta, la reacción es lanzarse también para no perder esa vía yo también”, explica Rodríguez. “Cuando no hay norma social, reaccionamos imitando erráticamente, porque sabemos que el otro está teniendo las mismas emociones que nosotros”, añade. Por eso, explican todos los especialistas, no debemos poner el acento en esos comportamientos, como las imágenes de estanterías vacías.

Los estudios demuestran que en situaciones de crisis como esta la gente reacciona de forma solidaria, no egoísta (PDF). “No nos volvemos voraces, violentos, histéricos, salvo cuando provocamos una profecía autocumplida”, asegura Rodríguez, “al revés, por lo general las autoridades terminan pidiendo que no vayan a ayudar todos”. Tenemos ejemplos recientes claros, como personas ayudando a los heridos tras el 11-M y las colas de gente donando sangre.

“Es un desafío para la ciudadanía, está en la mano de los ciudadanos tener un comportamiento responsable. En la raíz de estos comportamientos incómodos, pero responsables, se activa un ejercicio de trascendencia, como reciclar por el bien común”, asegura Marta Gil, experta en psicología social de la salud de la Universidad de Zaragoza. Esta especialista en políticas públicas señala una ventaja de la sociedad española: está muy interiorizado el sentido colectivo y solidario del sistema sanitario, con las donaciones de órganos como gran ejemplo. “Tenemos muy arraigada la identidad comunitaria, el grupo, las redes de apoyo”, añade, “aunque sean conceptos que se han manipulado e intoxicado”. Las palabras y su uso en estos casos son determinantes: “Con el sida, se pasó de hablar de colectivos de riesgo a prácticas de riesgo, una sutil diferencia que marcó un cambio importantísimo”.

Un estudio reciente muestra la importancia de las palabras y cómo las enmarcamos para conseguir que la ciudadanía se quede en casa en caso de epidemia. El equipo liderado por Molly Crockett, de la Universidad de Yale, planteaba la llegada de un brote como este a dos grupos de personas y un dilema: acudir a trabajar o quedarse aislado perdiendo dinero. En el grupo al que se le planteaba que no era seguro que provocaran un contagio en los demás, porque no lo es, había una mayoría que optaba por ir a trabajar. Al que se le planteaba que era seguro que pondrían en riesgo a población vulnerable, porque es verdad, optaba por quedarse en casa. Es difícil que la gente se sacrifique cuando el beneficio para la comunidad es incierto, pero sí lo hacen cuando se enmarca su acción como generadora de daños en los demás.

“En estos casos de incertidumbre, cuando no hay normas sociales de comportamiento, también es esencial un liderazgo claro, una o dos personas que tomen las riendas y den instrucciones claras”, señala Rodríguez, “evitando el ruido partidista que provoca dudas y el comportamiento errático”. “Nuestro cerebro no responde a la realidad, sino a la elaboración que se hace de la realidad: si se lo das cocinado, se ahorra el estrés de tener que rellenar el relato, inventando para cubrir huecos en la historia”, resume. En Estados Unidos, las encuestas muestran que los mensajes contradictorios del presidente Donald Trump han provocado que un 16% de sus seguidores crea que el brote es un bulo, y que solo el 38% de los votantes republicanos están dispuestos a lavarse más las manos porque el 62% de ese colectivo opina que se está exagerando la gravedad del asunto. Esto podría ser fatal para ancianos seguidores de Trump, como se observó en la crisis de la gripe porcina de 2009: en los Estados de mayoría republicana se dieron más muertes por este brote después de que algunas personalidades de la derecha estadounidense minimizara hasta el extremo su importancia.

(Fuente: El País de España)

Más noticias
Últimas noticias