Condenado por el abuso sexual de dos hermanitas

Armando Ramiro Burgos nunca habló: no lo hizo cuando fue indagado por la jueza Penal de Concarán Patricia Besso en la indagatoria, después de ser detenido como sospechoso de abusar de dos hermanitas en Santa Rosa del Conlara, y tampoco lo hizo cuando tuvo la posibilidad de decir sus últimas palabras antes de que la Cámara Penal de Concarán lo condenara, en un fallo unánime, a 16 años de prisión por ese delito y por corrupción de menores.

El hombre de 66 años quizás no halló en su cabeza argumentos para escudarse. En el juicio, que sólo tuvo dos audiencias, dieron cuenta de dos pruebas en su contra difíciles de rebatir: la declaración en Cámara Gesell de la mayor de las víctimas –que hoy tiene entre 11 y 12 años– y el contenido del celular que él usaba. En ese aparato los investigadores hallaron varias imágenes similares a las que el acusado les mostraba, según contó la nena. En esos retratos, Burgos aparecía desnudo, tocándose o en otras prácticas sexuales.

Por lo que narró la chiquita, cada vez que el hombre les exhibía esas fotos, repetía esas prácticas y las manoseaba. Al parecer, conseguía enredarlas en su perversión y mantenerlas en silencio dándoles golosinas y helados, comprándoles ropa y prometiéndoles juguetes. Por las referencias que dio la víctima mayor, los abusos comenzaron en 2012, cuando ella tenía 9 años y su hermanita, 6. Se extendieron de modo frecuente durante dos años. En 2014, la madre de las menores denunció a Burgos y comenzó la investigación que derivó en la orden de arresto y el posterior procesamiento con prisión preventiva.

Llegó encerrado al juicio que llevó adelante el tribunal que preside Mario Alonso y completan los camaristas Sandra Piguillem y Juan Manuel Saá Zarandón. La madre de las niñas y denunciante, de unos 35 años, consideraba a Burgos una persona de su confianza, dijo una fuente del tribunal. Entre ellos había una relación de amistad, de confianza forjada en el buen concepto que de él había dado quien era en ese entonces la pareja de la madre de las nenas, otra mujer. Esta última es la esposa del acusado y tiene hijos con él. Pero en la fecha en la que comenzaron los ultrajes, estaban separados, y ella mantenía un vínculo amoroso con la madre de las menores.

En ese momento, ellas convivían y tenían a su cargo a las nenas. La denunciante tiene, además, una hija mayor, “que debe tener entre 16 y 18 años”, calculó la fuente. “En la actualidad, esa adolescente tiene una criatura. Ha formado su propia familia y reside en otro domicilio”, detalló. Si bien recibe una cuota alimentaria del papá de las niñas, la denunciante trabaja como mucama para poder cubrir todos los gastos. Por su trabajo, aparentemente pasaba muchas horas afuera de la casa. Según la impresión de la fuente judicial consultada, Burgos advirtió y se aprovechó de la desprotección y el descuido involuntario generados por la ausencia materna y comenzó a acercarse a las hijas de quien era la nueva pareja de su ex mujer, ofreciéndose a cuidarlas.

Así, con la aparente buena voluntad de darle una mano a la madre, conseguía permiso para sacar a las chicas de la casa. En esas ocasiones las abusaba. “Al frente del domicilio de las niñas vive un amigo de Burgos, que cuando viajaba a Buenos Aires dejaba a su cargo la vivienda. Burgos llevaba allí a las niñas”, refirió. La mamá se dio cuenta de que algo extraño sucedía con Burgos una mañana que ella estaba en la casa “y lo vio entrar de modo directo, sin pedir permiso ni tocar timbre. Pasó hacia el fondo y agarró a una de las nenas por la espalda y la apretó contra su cuerpo. (El acusado) sabía que la madre estaba en la vivienda, pero como la vio acomodar una cama en otra habitación, quizás pensó que no lo estaba observando. Pero ella lo vio. Y comenzó a tener actitudes de hostilidad, a ponerle mala cara a Burgos, como para que se diera cuenta de que había notado algo raro”, contó el informante.

“Cuando Burgos se fue –continuó–, la madre interrogó a una de las nenas. La chiquita se puso mal y no quiso decirle nada. Esperó unos días y le volvió a preguntar. Y ahí la menor habló. Le dijo que todo empezó una vez que volvieron de unas vacaciones en Sampacho, cuando Burgos las invitó a la casa del frente, la que le cuidaba a su amigo”. Después de esa revelación, la mujer hizo la denuncia.

Al momento en que la jueza ordenó su detención, Burgos y su esposa ya habían recompuesto su relación. Y a pedido del abogado Orlando Villegas, defensor de su marido, ella dio testimonio en el debate. En esa circunstancia, intentó aliviar la situación de su concubino, dijo el informante. Por ejemplo, afirmó que el celular secuestrado era suyo, que ella había tomado las fotos guardadas en la memoria del teléfono.

Argumentó que retratarse de esa forma era una suerte de “código íntimo de la pareja”, y que les gustaba hacerlo, sintetizó la fuente. Pero sus dichos generaron refutaciones. Cuando le preguntaron qué posibilidad había de que las nenas hubieran visto esas imágenes en ese celular que supuestamente estaba en su poder, ella respondió “ninguna”. Y aseveró que no había perdido el teléfono. “Allí mintió, porque las niñas vieron las imágenes. Las fotos que había en el artefacto secuestrado son exactamente las que describió una de las niñas. Y hay algunas que muestran situaciones muy particulares, es muy difícil que un niño invente y describa circunstancias como las retratadas. Además, el psiquiatra indicó que la nena no fabula. La defensora de Menores –Natalia Lazarte– le hizo ver a la pareja del acusado que tenía una contradicción, ya que en la instrucción sumarial ella había dicho que le prestaba ese teléfono a Burgos para que se comunicara cuando se iba a trabajar. Burgos tenía ese celular, él lo usaba”, dijo.

Fuente: el diario de la República

Foto: el diariojudicial